"¡Suprimamos las plantas de las casas! Las plantas de las viviendas actuales son como estrofas o estancias de un poema del siglo XVI. Ya no tienen cabida en la futura arquitectura en libertad. Cada habitación de la casa del porvenir estará a una altura diferente sobre el nivel del mar".
Esta Intuición me fulminó el cerebro esta mañana mientras tropezaba en el umbral de mi dormitorio con el riesgo de partirme el temporal derecho contra la esquina de la pared.
Y el Razonamiento, que persigue a distancia la divina Intuición como un bull-dog asmático que corre detrás de su amo montado en una tamborileante motocicleta, confirmó, superado cierto recelo inicial, la intuición de mi cerebro.
La abolición de las plantas de las casas, de hecho, no es sugerida sólo por el culto de la Asimetría -primer canon de la arquitectura futurista- sino por razones, ponderadas y absolutamente válidas, de higiene y de moral.
La comodidad de los modernos medios de locomoción trae consigo, además de innumerables ventajas, la desventaja de que los hombres reducen de manera importante el ejercicio muscular. La marcha y la gimnasia doméstica se han inventado para obviar este inconveniente de la vida moderna. Pero el caminar por caminar, como los globe-trotter de gorra verde, es una diversión bastante idiota; y en cuanto a la gimnasia sueca, se trata de un ejercicio metódico, monótono y aburrido, demasiado amoldado a la mentalidad alemana. Además, ambos ejercicios dependen totalmente del albedrío de los hombres de buena voluntad.
En cambio, es necesario obligar a los ciudadanos a hacer en sus casas ese ejercicio que se ahorran mientras son transportados de una punta a otra de la ciudad.
Este resultado se obtendrá automáticamente cuando las habitaciones de una misma casa ya no estén construidas a la misma altura y sus habitantes estén obligados a hacer cada día una especie de alpinismo doméstico. Providenciales e higiénicos desniveles podrán encontrarse incluso dentro de una misma habitación. La cama estará normalmente colgada a 2 metros del suelo, así como la mesa del despacho. El cuarto de baño será más bajo que el dormitorio. Para darse un baño será necesario tirarse al agua desde una altura de al menos un metro. En los dormitorios conyugales las dos camas tendrán un dispositivo que les permitan realizar súbitas evoluciones desde el suelo hasta el techo. De esta manera la esposa podrá obligar al marido a realizar una persecución muy complicada y llena de movimiento antes de concederle el premio del deseado abrazo. El comedor no estará nunca situado a menos de 10 metros por encima de las cubiertas. El único medio para acceder a las habitaciones inferiores será un sistema de cuerdas y pértigas de gimnasia que los habitantes estarán obligados a utilizar si no quieren morirse de hambre. Al salir del comedor unos chorros tiñerán de verde y de violeta las caras y la ropa de los comensales. Unos muelles gigantescos lanzarán a las damas a 50 metros de altura depositándolas incólumes entre los brazos de sus respectivos caballeros. Se entiende que en la casa futura las escaleras ya no tendrán cabida. Los toboganes y las montañas rusas cumplirán mucho mejor su función. El funambulismo cotidiano y obligatorio infundirá salud y alegría a los hombres del futuro. ¡Los miembros gotosos y paralizados y los corazones en pena desaparecerán como murciélagos bajo la luz de un proyector, espantados por los cien ecos de la gran carcajada futurista!
"L´Italia Futurista", III, n.º 37, 15 de enero de 1918
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