María Ángeles Cadarso, Universidad de Castilla-La Mancha; Luis Antonio López Santiago, Universidad de Castilla-La Mancha y Mateo Ortiz, Universidad de Castilla-La Mancha
A lo largo del siglo XXI, la mayoría de los países de la Unión Europea (UE) ha conseguido resultados destacados en la reducción de las emisiones dentro de su territorio. En particular, las emisiones de CO₂ por la quema de combustibles dentro de España cayeron un 12% entre 2000 y 2018, según el INE. En Alemania disminuyeron un 16%; en Francia, un 20%; en Italia, un 25%; y en el Reino Unido, un 32%.
¿Estas cifras indican que la Unión Europea está luchando adecuadamente contra el cambio climático? La respuesta, desgraciadamente, es que no del todo. Los distintos Planes Integrados de Energía y Clima que tienen que presentar los países europeos para hacer frente al Acuerdo de París deberían de ser más ambiciosos a la hora de establecer medidas que reduzcan las emisiones incorporadas en el comercio internacional.
¿Por qué más ambiciosos?
Primero, porque los planes individuales de cada país sumados no son suficientes para el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a 2 grados centígrados.
Segundo, porque, de hecho, la mayoría del CO₂ incorporado en los bienes y servicios que consumimos cotidianamente (ropa, móviles, electrodomésticos, coches, restaurantes, centros comerciales, hospitales, hoteles, etc…) se emite en las etapas intermedias de fabricación de partes o inputs necesarios para obtener el producto final que tienen lugar en otras partes del mundo. Estas “fugas de emisiones” vía comercio internacional permiten cuantificar qué parte de las emisiones incorporadas en un bien final se produce en otros países distintos.
Así, en el mismo periodo, 2000-2018, las emisiones globales de CO₂ crecieron un 41%, lo cual indica que las reducciones alcanzadas dentro de la UE han sido contrarrestadas por incrementos de mayor magnitud en las emisiones de otros países como China e India, en donde las emisiones territoriales aumentaron en un 200% y 144%, respectivamente.
Fuga de emisiones y refugio de emisiones
En el mundo globalizado de hoy, las cadenas de producción están fragmentadas geográficamente y repartidas en diferentes puntos del planeta, y, por ello, la fabricación de un solo producto desencadena la emisión de CO₂ en distintos países del mundo.
Por ejemplo, el iPhone de Apple es diseñado en Estados Unidos, en su fabricación se utilizan componentes que han sido producidos en Malasia, la memoria en India, con cobre de Mongolia y Chile, y finalmente se ensambla en China. Esto genera efectos positivos sobre el empleo y la renta en los países mencionados. Pero, al mismo tiempo, implica que el consumo de un producto cualquiera (importado o nacional) nos hace responsables de una porción de las emisiones generadas en distintos países extranjeros.
En un artículo recientemente, publicado en ICE, Revista de Economía, comprobamos cómo en 2014, de cada 100 toneladas de CO₂ que eran emitidas a la atmósfera para producir todo lo que consumen los españoles, casi la mitad, 49 toneladas, se generaron fuera del país. En ese año, el 75% de las emisiones incorporadas en las importaciones españolas fueron liberadas en países fuera de la UE, principalmente en China (20%), Rusia (6%), India (3%) y Estados Unidos (3%); mientras que dentro de la UE destacan las emisiones importadas desde Alemania (6%), Francia (4%) e Italia (3%).
China, un refugio de las emisiones de España
Entre esos países, China es el que más se destaca y puede afirmase que se ha convertido en un refugio de emisiones de España, no sólo por el tamaño de su economía, sino también por su alta dependencia energética del carbón, cuya combustión genera enormes cantidades de CO₂.
Las emisiones importadas por España se concentran en dos sectores: el de maquinaria y equipo (maquinaria industrial, electrodomésticos, ordenadores, móviles, etc.) y el de productos químicos y derivados del petróleo (todo tipo de químicos, productos de aseo, medicamentos, plástico, gasolina, etc.). Esto se debe principalmente a que la producción en los sectores mencionados es intensiva en energía y muchas de sus etapas productivas se desarrollan en países con una matriz energética altamente dependiente de combustibles fósiles.
En estas condiciones, el problema de la fuga de emisiones que enfrenta España y la mayoría de países desarrollados se encuentra inmerso en una dinámica económica en la que intervienen múltiples factores. Destacamos tres:
Mayor productividad y competitividad de los productores en países emergentes con respecto a los productores españoles (menores costes de producción, mano de obra y energía más baratas, menores impuestos y, por tanto, menores precios de venta) aumentan los incentivos a la importación de inputs intermedios y bienes finales de consumo, lo cual incrementa las emisiones importadas;
Los países emergentes, en general, producen con una mayor intensidad de emisiones que los países desarrollados, por lo que los productos importados desde países en vía de desarrollo tienen, en promedio, una mayor carga de emisiones de CO₂ que los producidos en España y que los importados desde países desarrollados;
El consumo de los españoles ha aumentado año tras año. A pesar de que hoy los procesos productivos son más respetuosos con el medio ambiente, gracias a los avances tecnológicos y a la progresiva penetración de las energías renovables, el incremento en la demanda de productos contrarresta (parcialmente) las reducciones de emisiones conseguidas a través de las mejoras tecnológicas.
Búsqueda de soluciones
La reducción de las emisiones de carbono fuera de fronteras como la española o la europea se enfrenta a la dificultad de que los estados no tienen capacidad legislativa fuera de sus territorios. Pero ello no significa que no se pueden tomar medidas.
Parte de la solución vendría por el establecimiento de un impuesto al carbono en frontera de tal manera que las importaciones se vieran gravadas en proporción al carbono que incorporen. De esa manera, se incentivará que los importadores busquen suministradores en países amigables desde un punto de vista medioambiental.
Así, el hecho de que en el anteproyecto de la Ley de Residuos y Suelos Contaminados de España se proponga el establecimiento de un impuesto a los plásticos de único uso, de 0,45€ por kilogramo de fabricación e importación, es una muestra de que es posible establecer políticas que reduzcan nuestra huella en otros territorios si existe una voluntad política de hacerlo.
María Ángeles Cadarso, Profesora Titular de Universidad, especialista en Economía y Medio Ambiente, Universidad de Castilla-La Mancha; Luis Antonio López Santiago, Profesor de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha y Mateo Ortiz, Investigador predoctoral en Economía, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.